Cuando esto se combina con usos del fuego habituales -como por ejemplo para controlar la vegetación- y un clima que favorece (la expansión del fuego), la mezcla puede llegar a ser explosiva.
Hay especies (como el pino y el eucaliptos) que están adaptadas a la aparición frecuente de incendios y esto les permite sobrevivir en estos ambientes donde los incendios ocurren de manera periódica, ¿son fuente de combustión? ¿Cómo benefician ante los eventos de fuego?.
En el caso de las plantaciones a gran escala, de tipo industrial o intensivo, se plantan muchos árboles susceptibles a verse beneficiados por un incendio en un espacio reducido, o sea, un espacio enorme pero colmado de una planta altamente combustible.
En resumen, «cuando hay grandes extensiones de especies pirófitas plantadas, la frecuencia de incendios suele incrementarse, y está comprobado que tanto los pinos como los eucaliptus arden con más facilidad».
Es frecuente encontrarse con informaciones que califican a unas especies arbóreas de incendiarias y a otras de apagafuegos. Generalmente, se considera que los pinos y los eucaliptos favorecen la propagación del incendio ya que son especies no nativas. Sin embargo, se tiene a los robles o a los castaños por especies ignífugas capaces por sí solas de apagar, o cuanto menos de contener, un incendio. Pero, como vamos a ver, todo esto no son más que creencias infundadas.
El bosque ibérico original
Había una vez una península donde todos los bosques eran primigenios. Bosques prístinos donde un tipo de árbol con hojas en forma de aguja y frutos escondidos dentro de una piña era particularmente abundante. Los pinos, como los llamamos ahora, estaban presentes a lo largo y ancho de esa geografía contenida entre los cabos da Roca y de Creus y entre Tarifa y la Estaca de Bares. Y eso fue así hasta que, de repente, hace ya algunos miles de años, algo inesperado ocurrió. Algo que hizo que esos bosques dejaran de ser primigenios y prístinos.
Apareció una nueva especie de mamífero. Un bípedo implume que, poco a poco, iría transformando el paisaje. Al principio lo hizo con fuego, la herramienta que mejor conocía. Así renovaba el pasto para el ganado y fertilizaba el terreno para cultivar. Entonces, los pinos dejaron de ser tan comunes, ya que no estaban adaptados a ese nuevo régimen de incendios, y sus poblaciones disminuyeron drásticamente. Además, no eran un tipo de árboles particularmente útiles para los nuevos pobladores peninsulares ya que su madera era poco densa y sus frutos apenas alimentaban al ganado.
En cambio, hubo otro tipo de árboles, de hoja ancha y bellota, que fue prosperando. Eran árboles capaces de rebrotar y, por tanto, el nuevo régimen de incendios no diezmó sus poblaciones. Las dehesas, por ejemplo, acoge un tipo de vegetación que resultó favorecida por este tipo de gestión. Y así es como a lo largo de muchos siglos y milenios el humano (ese es el nombre que ahora tiene aquel bípedo implume) fue favoreciendo a los robles y encinas a expensas de los pinos. Un proceso que, con diferentes matices y diferentes técnicas de gestión del terreno, duró hasta prácticamente el siglo XX.
Primera mitad del siglo XX: la gran renaturalización española
Entonces la historia dio otro giro inesperado y los humanos empezaron la gran renaturalización de España. Volvieron a introducir los pinos. Se ejecutaron repoblaciones en las que se recuperó ese género de árboles que tan castigado por la acción humana había estado hasta entonces.
Debemos destacar que ese género no fue su primera opción. Los científicos de entonces, impregnados todavía por un espíritu ilustrado, hicieron pruebas para determinar qué especies usarían. La gran renaturalización de España no fue tarea fácil. Tras siglos y milenios de explotación y de deforestación, la degradación del terreno era elevada y los experimentos iniciales revelaron que solo era posible introducir especies frugales, como los pinos.
Y fue pasando el tiempo. Y las necesidades de los humanos cambiaron. Y el carbón fósil y el petróleo fueron sustituyendo al carbón vegetal y a la leña como fuentes de energía. Y las plantaciones y los bosques se iban abandonando, ya que su rentabilidad disminuía. Y como se había incrementado el número de árboles durante la gran renaturalización, los incendios aumentaron.
Segunda mitad del siglo XX: se introducen nuevas especies
Se reestructuró el modo de vida de los humanos, que pasó a concentrarse en las ciudades a expensas de los pueblos. Y los pocos que quedaron en los ambientes rurales necesitaban alicientes para aumentar la rentabilidad del campo y poder seguir viviendo en él.
Así es como se introdujeron nuevas especies, como los eucaliptos. Especies de crecimiento rápido que servían, principalmente, para producir papel. Y los incendios siguieron aumentando no solo porque hubiera más árboles, sino también porque el clima se fue volviendo más seco como consecuencia de la quema del carbón y del petróleo.
Y entonces ocurrió un movimiento social curioso. Una gran parte de la ciudadanía retrocedió varias décadas en el tiempo para pedir, de nuevo, que se erradicaran los pinos. Además, este movimiento también pediría que los eucaliptos fueran eliminados. Consideraban que se trata de especies más inflamables que los robles y que no son autóctonas.
Que se considere a los pinos como un elemento alóctono de la península es un giro inesperado y desafortunado que muestra el escaso conocimiento de la historia forestal de este país. Que se considere que los pinos y eucaliptos arden más que otras especies indica la escasa comprensión sobre los mecanismos que rigen la combustión y el comportamiento del incendio.
No hay especies más inflamables que otras
Se podría decir que la combustión es una fotosíntesis a la inversa. Es decir, si durante la fotosíntesis el CO₂ se reduce para formar carbohidratos, estos son oxidados durante un incendio y transformados de nuevo en CO₂. Por tanto, cualquier organismo que fotosintetiza (o que tiene carbono) puede ser quemado. Hablar de árboles no inflamables, o incluso de árboles ignífugos, es por tanto un absurdo.
Es cierto que, si aislamos en un laboratorio una hoja y medimos su inflamabilidad, nos encontramos diferencias entre las especies. Pero no es cierto que la inflamabilidad de las hojas de los pinos sea necesariamente mayor que la de las encinas. La humedad foliar en los primeros, por ejemplo, es difícil que baje por debajo del 100 %, mientras que en las encinas es común que esté al 80 %.
Además, no se pueden extrapolar los resultados de una hoja a escala de árbol porque la propia arquitectura del árbol afecta a la inflamabilidad, independientemente de cómo ardan las hojas. A escala de incendio todavía menos, ya que otros elementos como la topografía, la meteorología o la disposición física del combustible y la estructura del paisaje y de la vegetación son mucho más importantes.
Entonces, ¿por qué en ocasiones se salvan los robles o castaños del incendio? Generalmente, eso ocurre en zonas como los fondos de valle que naturalmente son más húmedas y, por tanto, el incendio es menos intenso por el efecto de la topografía. También puede ocurrir en ambientes urbanos ajardinados, donde la escasa continuidad del combustible dificulta el paso de las llamas.
Aunque haya quien crea que los pinos y los eucaliptos son los culpables de los incendios actuales, es probable que sin ellos los incendios fueran aún más graves. El abandono rural, que es la causa primera de la gravedad de los incendios actuales, sería aún mayor.