Almacenamiento de agua en el suelo: nuestra caja de ahorro

Cada acción del ser humano está involucrada con un consumo de agua. De esta forma la producción de un kilo de carne requiere 16.000 litros de agua. Para producir una taza de café se necesitan 140 litros de agua  y una de té, 30 litros. Para producir una  manzana se necesitan 70 litros de agua (Quiroga, 2011).

En el siglo pasado, el consumo de agua aumento seis veces mientras que la tasa de la población amentó tres. En este contexto, el mayor consumo de agua dulce en el mundo se produce por la agricultura, siendo alrededor del 90%, al 10% restante lo consume el uso doméstico y la industria. Por lo tanto, las acciones que podamos desarrollar para aumentar la captación, el almacenamiento y la eficiencia del uso del agua en los sistemas agropecuarios serán las que causen mayor impacto en su aprovechamiento.

La función de absorber, retener y suministrar agua es una de las misiones ecológicas fundamentales que desempeña el suelo.

En la región semiárida de la Argentina, en donde una parte importante de las precipitaciones se dan en la estación estival, el aprovechamiento del recurso hídrico y su almacenamiento condicionan en gran medida, la campaña fina. Esto quiere decir, que si somos eficientes en el uso del agua, aumentando su captación y almacenamiento, se aumenta la estabilidad del sistema.

En consecuencia, el agua del suelo es un factor ecológico de gran importancia por lo que resulta fundamental determinar los volúmenes que el suelo puede contener, así como qué proporción de esta agua se encuentra disponible para las plantas.

Los espacios existentes entre las partículas del suelo, llamados poros, permiten la circulación o retención de gases y humedad en el perfil del suelo. La capacidad de retención de agua del suelo está estrechamente relacionada con su tamaño de partículas: las moléculas de agua se adhieren más fuertemente a las partículas finas de un suelo arcilloso que a las más gruesas de un suelo arenoso, por lo que, generalmente, las arcillas retienen más agua. En cambio, las arenas facilitan la circulación o transmisión de agua a través del perfil. El tipo de arcilla, el contenido de materia orgánica y la estructura del suelo también influyen en la capacidad de retención de agua del suelo. La retención de agua por el suelo es esencial para la vida. Proporciona a las plantas un abastecimiento continuo de agua entre períodos de reposición (infiltración), de manera que permite su crecimiento continuo y supervivencia (Glosario de Agricultura Orgánica de la FAO – 2009).

Cosecha gruesa 2020 Pcia. Santiago del Estero. Foto Ing. Agr. Marcelo Druetta

Las partículas del suelo están rodeadas de poros de diferentes tamaños, donde se deposita el agua y el aire. Cuando se aplica suficiente agua a un suelo, sea por medio natural o artificial, todos los poros se llenan de agua. En ese momento existen en el suelo tres clases de agua: agua gravitacional o libre, agua disponible o capilar y agua higroscópica o no disponible. El agua gravitacional es aquella que drena libremente del suelo debido a la fuerza de gravedad. Ocupa un límite por encima de la capacidad de campo, por lo que en presencia de suelos bien drenados, esta agua drena sin causar daño directo a las plantas. El límite superior corresponde al estado de saturación, en el cual el agua ocupa toda la porosidad. Esta agua es la principal causante de la pérdida de nutrientes y otras sustancias por lixiviación. Además, tiene influencia directa sobre la presencia y profundidad de la capa freática del suelo. Aunque el agua gravitacional permanece períodos cortos en suelos bien drenados, puede ser disponible para las plantas, si durante ese tiempo el suelo tiene una aireación adecuada. La succión o la retención del suelo para “liberar” el  agua a los cultivos se mide en Bares.

El agua higroscópica es aquella retenida con una fuerza superior a la capacidad de las plantas para extraer agua del suelo (punto de marchitez), por esa razón no interesa como fuente de humedad para los cultivos. El agua disponible es la porción de agua almacenada en el suelo que puede ser absorbida por las raíces de las plantas para su crecimiento, desarrollo y producción. Se define como la parte de la humedad total retenida entre la capacidad de campo y el punto de marchitez (Figura Nº1).

El agotamiento de la humedad del suelo no es lineal, sino exponencial. A medida que disminuye la humedad, aumenta el esfuerzo o succión que necesita realizar la planta para extraer agua, por ese motivo algunos autores dividen la reserva hídrica del suelo en fácilmente aprovechable y difícilmente disponible (Calvache, VIII Congreso Ecuatoriano de la Ciencia del Suelo, 2002).

Figura Nº1: Clases de agua en el suelo.

El movimiento, contenido y disponibilidad del agua está determinado principalmente por las propiedades físicas del suelo, particularmente la textura, estructura, porosidad, profundidad y contenido de materia orgánica (Calvache, 2002).

La capacidad para almacenar el agua de lluvia en el suelo, con prácticas ingenieriles y agronómicas de control de escurrimientos, es la principal estrategia para recargar el perfil del suelo, aumentar y estabilizar los rendimientos y conservar el recurso. Estas prácticas, de distintos niveles de complejidad, pueden comprender desde simples alternativas estratégicas como el manejo de variedades y densidad de siembra, el tipo de rotación, el porcentaje de gramíneas o siembras cortando la pendiente hasta obras ingenieriles como las terrazas agrícolas de absorción, los canales de desagüe y en algunos casos complementadas con micro embalases de retardo temporario.

Por lo tanto, la planificación del manejo y uso del suelo en los sistemas agropecuarios deben incluir diagnósticos de fertilidad, análisis de suelos, monitoreo de humedad de suelo, para determinar de manera correcta y oportuna, cuál de estos parámetros está siendo afectado por nuestro trabajo y puede repercutir en el almacenamiento del agua en el suelo y en nuestro objetivo productivo. De manera tal, que cuando nos falten algunos milímetros de lluvia, podamos recurrir a nuestra “caja de ahorro” que es el agua en el suelo.  

Ing. Agr. Jorge Raspanti / CONSERVAGRO

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