Una empresa cordobesa desarrolla tecnologías sociales y ambientales: transforman plásticos en viviendas, sin usar agua y utilizando muy poca energía.
El plástico que se utiliza para construir casas proviene de los vertederos. Una vez recolectado, este se tritura para convertirlo en pedazos pequeños y rústicos que luego se funden. Al obtener la contextura deseada, el plástico se inyecta el los moldes que luego le darán forma de bloques que se utilizarán en la construcción y ensamblaje de las casas.
Construir casas con desechos de plástico no requiere de expertos en construcción y, de hecho, cuesta un 30% menos que las casas construidas con materiales tradicionales. El tiempo que se tarda en construir una casa con bloques de plástico es de 5 días y solo se requiere de 4 personas sin experiencia.
Al fundirse, el plástico es combinado con elementos que hacen que los bloques sean resistentes al fuego. Además, por su forma y distribución, las casas construidas con bloques de plástico, son más seguras en caso de ocurrir un terremoto.
Una empresa cordobesa que lo hace
“La primera problemática o ‘dolor’ que inspiró todo era buscar soluciones para la pobreza estructural, cuya principal causa, entendemos, es la desintegración social: al fragmentarse la sociedad en ‘ghettos’ separados (cuando no contrincantes), vamos perdiendo la principal fuente de riqueza, que es la circulación de bienes y valores sociales”, cuenta Juan Pablo Cmet para explicar cómo surgió 3C, una empresa de triple impacto que desarrolla tecnologías sociales y ambientales: transforman plásticos en viviendas, sin usar agua y utilizando muy poca energía.
La pobreza en nuestro país fue lo que llevó hace ocho años a Lucas Recalde (fundador de 3C), Federico Brunas y Victoria Páez Molina a “buscar tecnologías productivas y sociales, que nos permitieran incluir y tender lazos entre los diferentes actores de la sociedad”, dice Juan Pablo, desarrollista inmobiliario y abogado en 3C.
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Construyeron la primera casa en la localidad cordobesa de Salsipuedes, donde vive Federico Brunas, con un fondo del Gobierno para innovación industrial. El Hogar de Cristo del barrio Müller (en la ciudad de Córdoba) fue la primera organización que acogió la tecnología, hace cuatro años. Con el apoyo del padre Mariano Oberlin, quien coordina el Hogar, y de la Fundación Yayaicú, un grupo de hombres en recuperación por adicciones construyó cinco espacios (casas, salones, galpones) para el Hogar. Luego empezaron a construir para otros clientes.
El proceso tecnológico comienza con una botella de plástico y la compresión de un conjunto de ellas que, atadas, forman un ladrillo. “Son tecnologías intermedias, de baja inversión, para instalar en sectores vulnerables, con gran capacidad de producción que compita con las tecnologías industriales”, explica Juan Pablo, quien agrega: “Descubrimos que donde hay vulnerabilidad, también hay residuos, que no necesariamente son basura, sino que pueden ser valiosos insumos”.
En paralelo de las Prensas 3C, que permiten producir fardos y bloques de plásticos y maderas recuperadas, desarrollaron “el sistema constructivo 3C para esos fardos: una estructura ‘Woodframe’ que se complementa con los fardos para armar muros que pueden ser al final revocados o cubiertos con cualquier tipo de terminación”, cuenta Cmet. Él se sumó a 3C para “hacer crecer en volumen esta tecnología, produciendo construcciones rápidas, más económicas que las tradicionales, más eficientes térmicamente, y con igual aspecto de terminación y solidez final”.
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La casa es el resultado final visible, “pero 3C es la construcción de la comunidad, de la persona. Por eso todo el sistema productivo tiene como punto de partida sectores vulnerables, en donde en alianza con organizaciones de territorio instalamos las micro-plantas que nos proveen de los fardos”, cuentan.
Recientemente se formó la primera cooperativa de trabajo, EcoLourdes, en el barrio Argüello de la ciudad de Córdoba que utiliza el método de construcción propuesto por 3C. Al respecto, Juan Pablo afirma que “es conmovedor ver los procesos que a veces se forman en las micro-plantas, que van empoderando a las personas y a las comunidades en donde se instalan. Y eso hace que otras instituciones vayan a interactuar ahí, y así aumenta la riqueza social para todos”.
Las micro-plantas están en zonas vulnerables y una de las patas del Triple Impacto es poder generar empleo digno para personas excluidas del mercado laboral. Sin embargo, desde hace unos años buscan llegar a clientes de mayor poder adquisitivo: “Fue una estrategia para posicionar el producto y salir del estigma de que eran casas ‘de basura’ para gente ‘pobre’”, dice Juan Pablo y explica que “son construcciones de alta calidad, con prestaciones superiores a los sistemas tradicionales”.
Desde 3C construyen viviendas y espacios urbanos de calidad, a la vez que ayudan a evitar la contaminación del medio ambiente. Además, buscan tender redes, “haciendo circular bienes y valores entre grupos que no interactúan” para enriquecerse mutuamente; y planteando soluciones inclusivas, es decir, “que incluyan a todos: los que consideramos pobres, los que consideramos ricos”, como dice Juan Pablo. En esta misma línea, Cmet afirma: “Es muy motivante ver la ‘experiencia de usuario’ de nuestros clientes, que se hacen su casa, y además de quedar conformes con la calidad, se saben partícipes de algo más grande: la construcción colaboró con el medio ambiente y con un proceso social virtuoso”.
Este proyecto nació a partir de la necesidad de dar respuesta a un dolor social y también a una problemática ecológica. Juan pablo dice que sueñan con “seguir siendo parte de este movimiento global del Triple Impacto, ampliar la red de usuarios de 3C en todas sus formas, y ojalá, inspirar a otros a hacer proyectos mejores que el nuestro, como a nosotros nos inspiraron otros precursores”.