El complejo vitivinícola argentino es una de las 10 principales cadenas exportadoras del país, junto son casi 500 exportadores que llegan con sus vinos a 127 paises.
El vino evoca una modalidad cultural de consumo moderado, consolidado por hábitos sociales propios de la identidad argentina. Nuestro país ocupa el séptimo lugar a nivel mundial de consumo per cápita de vino, siendo actualmente de 22 litros de vino anuales por habitante.
8 de cada 10 argentinos beben vino en el hogar y en compañía de la pareja y/o la familia. Argentina está en el sexto puesto en producción de vinos con 11,8 millones de hectólitros y séptimo lugar en la superficie implantada, con más de 230 mil hectareas.
La importancia del vino en Argentina no se refleja únicamente en la gran cantidad y calidad de su producción, también en el gran peso del enoturismo, con un creciente número de visitantes que cada año viaja al país atraídos por sus diferentes tipos de vid y por sus bodegas.
El vino es tan parte de la idiosincrasia argentina como pueda serlo el mate, el tango o el fútbol. La uva argentina se extiende por cultivos desde el norte hasta el sur del país, contribuyendo al enorme y bien merecido prestigio de la industria vitivinícola del país.
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Una historia con sabor argentino
Hace veinte años, el vino argentino comenzaba a sorprender al mundo. No solo por la singularidad de sus tintos, sino también porque pocos imaginaban que en Sudamérica se elaboraban vinos de tal calidad.
Esta historia que tuvo un claro protagonista: el Malbec, cepa del sudeste francés que arribó a suelo argentino en 1853 para convertirse en mascarón de proa de su vitivinicultura.
De la mano de esta cepa, a partir de la década de 1990, el país que vio nacer a Lionel Messi conquistó algunos de los mercados más importantes para el negocio del vino. Primero Estados Unidos, luego Canadá y más tarde el Reino Unido, mientras que en Latinoamérica no tardó en ser favorito.
Hoy, con una enología más refinada, una clara apuesta por sus diferentes terroirs y haciendo gala de una diversidad, fruto de más de 400 años de historia vitícola, los vinos argentinos ganan popularidad en los principales países vitícolas como Francia, Italia y España, plazas donde aún poco se sabe de ellos. Por esto mismo, merece la pena repasar algunos aspectos clave de la vitivinicultura argentina.
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Los inmigrantes. Si bien los primeros registros vitícolas argentinos datan del siglo XVI, fue entre 1860 y 1930 que arribaron las familias que darían forma a la actividad vitícola. Principalmente, provenían de España, Italia y Francia, y con ellos traerían la experiencia del cultivo y la elaboración, además de innumerables cepas de calidad. Por esto mismo, hoy en Argentina, además de encontrar las cepas francesas más reputadas, es posible encontrar viñas de las principales uvas de origen español, italiano y portugués. Estos pioneros de la vitivinicultura moderna sudamericana además definieron el perfil de los primeros vinos argentinos de calidad, muchos de ellos elaborados a imagen y semejanza de los que bebían en sus países de origen.
Un fuerte legado vitícola. A diferencia de la mayoría de los países vitivinícolas del Nuevo Mundo, Argentina siempre tuvo una vínculo fuerte con el vino. Como consecuencia de las sucesivas oleadas de inmigrantes, su cultura adoptó el consumo del vino al punto que hoy es la Bebida Nacional Argentina. Su consumo, que supo marcar récords per cápita a mediados del siglo XX, hoy se estima en los 24 litros anuales por habitante. Es decir, que en Argentina se consume aproximadamente el 70% del vino elaborado siendo la exportación un hábito de los últimos 20 años.
El sabor de la altura. Las principales regiones vitícolas argentinas se encuentran a los pies de la cordillera de los Andes, el cordón montañoso más extenso del mundo que cobija algunos de los picos más elevados del planeta. Aquí los viñedos se desarrollan en valles áridos y soleados entre los 600 y 2000 metros de altitud con viñas que pueden trepar más allá de los 3000 metros sobre el nivel del mar. Justamente, la altura es el factor clave que moderar las temperaturas de estos desiertos de montaña, por cada 150 metros lineales de ascenso la temperatura disminuye 1ºC haciendo posible que la vid se cultive desde la Patagonia hasta Jujuy, límite con Bolivia.
Vinos del desierto. Tal y como mencionábamos, los viñedos argentinos están dispersos en diferentes desiertos de montaña de modo que la gran mayoría de ellos tiene como factor común un clima árido, seco y soleado. Esto asegura condiciones muy regulares en las diferentes cosechas aunque vale destacar que los últimos años han sido más frescos y húmedos que de costumbre. El promedio de precipitaciones en las zonas vitícolas argentinas es del orden de los 200 milímetros anuales (una tercera parte del promedio europeo) por lo que está permitido el riego (por inundación y presurizado). El origen del agua de riego son los picos nevados de las montañas de manera que se trata de un recurso muy puro aunque escaso. Los cielos diáfanos dan cuenta de una excelente insolación, de modo que la madurez de las uvas está asegurada mientras que los vinos presentan colores profundos, concentrados y brillantes. La amplitud térmica que se da en estos viñedos es muy pronunciada pudiendo llegar a los 20ºC de diferencia entre el día y la noche. Este factor colabora a la concentración de aromas y sabores en los frutos.
Mendoza, la tierra del buen vino. La principal región vitivinícola de Argentina es Cuyo en el centro oeste del país, al pie de los Andes. Conformada por las provincias de La Rioja, San Juan y Mendoza, esta zona produce el 90% del vino argentino. Pero vale destacar que solo Mendoza posee el 86% de las 220.900 hectáreas de viñedos del país. De modo que Mendoza es la región vitivinícola más extensa de Sudamérica.
Un nuevo mapa vitícola. A diferencia de los países vitivinícolas europeos, en Argentina no existen regulaciones que indiquen cómo elaborar un vino de acuerdo con su origen. Sin embargo, las leyes vitícolas protegen el origen de los frutos que deben estar indicados en las etiquetas. Ahora bien, en el país también está vigente la utilización de Indicaciones Geográficas las cuales, mayormente, responden a regiones políticas de la geografía argentina aunque gracias a la profundidad de los estudios realizados en los últimos años esta comenzó a cambiar. Desde 2009 se han comenzado a impulsar iniciativas que proponen delimitar las regiones vitícolas acorde con los factores geológicos y climáticos comunes que permiten reconocer una identidad común en los frutos. De este modo, la vitivinicultura argentina ha comenzado la búsqueda del origen en sus vinos, un trabajo que sin dudas será el futuro del vino argentino. Un futuro que muchos bodegueros ya han comenzado a compartir aunque aseguran que lo mejor está por venir.
Desafíos extremos. No caben dudas que la vitivinicultura argentina atraviesa uno de los mejores momentos de su historia. Básicamente porque en todas las regiones hay enólogos, agrónomos y bodegueros dispuestos a desafiar los límites por todos conocidos. Entre las jugadas más intrépidas se encuentra la búsqueda de terruños oceánicos en un país de viticultura continental y de montaña. De este modo, ya se pueden enumerar unas 40 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, Río Negro y Chubut a pocos kilómetros del Océano Atlántico. Por otro lado, un puñado de viticultores patagónicos han impulsado el cultivo a partir de la latitud 43 hasta 45,5 pudiendo encontrar en Argentina los viñedos más australes del planeta donde las vides sobrevive a condiciones muy duras que pueden asemejarse a las de la Borgoña.
Tintos, la clave por donde empezar. A raíz de las condiciones que proponen los principales terruños argentinos, los vinos tintos son los más destacados y en especial los de Malbec. Reconocidos internacionalmente por un perfil expresivo, sabroso e intenso, los tintos argentinos despliegan matices muy relacionados al origen donde son elaborados de modo que nunca es lo mismo un Malbec de los Valles Calchaquíes obtenido a 1.750 metros de altura que uno de la Patagonia elaborado a 1.600 kilómetros de distancia y a 400 metros de altitud. Incluso dentro de Mendoza los vinos desarrollan diferentes perfiles de acuerdo con el oasis vitivinícola de origen. Las condiciones que proponen las montañas hacen posible pasar de un clima árido y cálido (Winkler IV) a otro seco y fresco (Winkler I) en tan solo 60 kilómetros, la misma transición que en Europa podríamos lograr al pasar de Toscana a Borgoña, lo que demanda recorrer unos 650 kilómetros.
Blancos para seguir de cerca. Con los tintos como carta de presentación de su viticultura, los enólogos argentinos han comenzado a impulsar sus vinos blancos. En este sentido, los blancos ofrecen muchas particularidades producto de los terruños extremos donde se cultivan sus uvas. Así como el Malbec es la cepa emblemática a la hora de los tintos, el Torrontés lo es en blancas y se trata de un cepa originaria de Argentina a partir del cruzamiento entre Moscatel de Alejandría y Criolla Negra, ambas cepas muy populares en los tiempos de los Jesuitas. Sus vinos bien pueden agruparse entre los aromáticos como los de Gewurztraminer, Riesling o los Moscateles. Pero en la actualidad las principales apuestas son los vinos de Semillón ya que existen varias hectáreas longevas de este varietal, los Chardonnay de las regiones más elevadas mientras que también los viñedos más australes de la Patagonia comienzan a ser muy prometedores. En cuanto a los vinos que mezclan uvas blancas, los winemakers consideran que el país puede dar muchas sorpresas.
Tintos más allá del Malbec. Otros varietales de color que se deben considerar de Argentina son los Cabernet, tanto Sauvignon como Franc. Entre los primeros existen muchos, muy interesantes, de perfil sobrio y elegante, elaborados a partir de viñedos centenarios, algo bastante singular en el mundo. En cuanto a los de Cabernet Franc hay que destacar que son los que más entusiasmo despiertan en la actualidad, sino preguntarle a Luis Gutiérrez quien en su últimos reporte para Robert Parker no escatimó los 100 puntos para El Gran Enemigo Cabernet Franc Gualtallary 2013, un vino elaborado en un particular viñedo a 1.300 metros de altura en el Valle de Uco. Los de Bonarda son otros tintos a considerar ya que son los que mejor expresan las preferencias locales. Se trata de la segunda cepa en extensión detrás del Malbec y si bien se la llama con el nombre de un varietal italiano en realidad es Corbeau Noir, una cepa del sur de Francia que en Estados Unidos se denomina Charbono.
Los vinos argentinos en su mejor momento
Argentina está elaborando los mejores vinos de su historia, a nadie le cabe duda de ello. Nunca antes el principal productor vitivinícola del hemisferio sur ofreció tal calidad y diversidad con vinos que hoy marcan tendencia más allá de sus fronteras.
Presentes en las listas de vinos de los restaurantes más importantes del planeta o en los escaparates de los wine shop más exclusivos, estos vinos son el resultado de años de trabajo de enólogos, viticultores y bodegueros que apostaron por la calidad y al carácter de los diferentes terruños argentinos.
El Malbec, estandarte de la enología argentina, ha evolucionado hacía un vino más de terroir y menos de bodega, las barricas y concentración de otros tiempos dan lugar a los aromas y texturas de cada terroir. De este modo, hablar de Malbec en Argentina es como hacerlo de Pinot Noir en la Borgoña, es necesario explicar el origen y la filosofía del productor.
En todo este recorrido, un capítulo vital de la historia moderna del vino argentino comenzó con la exploración de las regiones de altura en busca de climas frescos. Esta tarea se concentró en el Valle de Uco, hoy una de las regiones más importantes de Mendoza, principal origen del vino argentino. Este valle, ubicado a los pies de la Cordillera de los Andes, ofrece un sin número de posibilidades para el desarrollo de vinos de terroir ya que cada rincón cuenta con un perfil de suelo singular y un clima especial. Fue justamente el entusiasmo de los principales productores del país lo que permitió dar lugar a la revolución del terroir, un fenómeno sin precedentes en el país.
En este sentido, mencionar productores nunca es una tarea sencilla dado que siempre quedarán fuera de la lista muchos otros y muy buenos. Sin embargo, siempre están aquellos que destacan por sus vinos y por convertirse en referentes tanto para consumidores como para otros productores. Entre esto el rol de Catena Zapata es indiscutido ya que se trata del productor que le aseguró al vino argentino un lugar en la élite del vino mundial. Hoy Laura Catena y Alejandro Vigil, winemaker de la bodega, son los embajadores más reconocidos de la industria vínica argentina y de más esta decir que sus vinos, en especial los del Valle de Uco, son fieles ejemplares del potencial que puede alcanzar el Malbec en diferentes condiciones. Zuccardi es otro apellido que pisa fuerte y bien vale seguir de cerca. Hans Vinding Diers, productor de vinos en Patagonia es clave con su vino Noemía al igual que Colomé en los Valles Calchaquíes, región norte del país con los viñedos más elevados del mundo. Achával Ferrer con sus Malbec de finca son otra pieza clave de la historia moderna del vino argentino al igual que Altos las Hormigas, Salentein, Rutini, Cheval del Andes, joint venture entre Cheval Blanc y Terrazas de los Andes en Mendoza; y CaRo, otra unión de bodegas, pero en este caso entre Catena Zapata y Lafite Rothschild.
Ahora, en cuanto a los nombres propios, más allá de las bodegas existen winemakers y viticultores que impulsan proyectos personales que ayudan a refrescar la imagen de la vitivinicultura sudamericana. Entre estos se lucen Alejandro Sejanovich, los hermanos Michelini, Héctor y Pablo Durigutti, Matías Riccitelli y Alejandro Vigil con su proyecto El Enemigo Wines. Mientras que una nueva generación encarnada en hacedores como Lucas Niven, Germán Masera, Gonzalo Tamagnini, Sebastián Bisole y Agustín Lanus.
Sin duda, lo que une a todos estos productores que representan la flor y nata de la vitivinicultura argentina es la fijación en el terroir y la expresión del origen en sus vinos. Por esto cada vez son más los que se suman a las practicas menos intervencionistas sobre los caldos con la finalidad de no desvirtuar la expresión de cada origen. Gracias a esto, la frescura es un sabor en ascenso de la mano de la austeridad y elegancia.
Mientras tanto, nuevas regiones como Uspallata en Mendoza, Valle de Pedernal y Calingasta en San Juan o los rincones menos explorados de los Valles Calchaquíes prometen ser un nuevo capítulo de esta historia mientras que otros apuestan por varietales menos tradicionales en el país como Cabernet Franc, Pinot Noir y hasta Garnacha para sorprender al mundo. En paralelo, los vinos blancos comienzan a llamar la atención de muchos que consideraban al país un productor exclusivo de tintos.
De modo que la calidad y el futuro del vino argentino están asegurados gracias al empeño de los enólogos por lograr vinos que expresen el carácter único y diferencial de los terruños de montaña. Una identidad única en el mundo que siempre cautiva al que la descubre.