Una amistad literaria: Martín Fierro y Cruz

En este día del amigo, un texto y un verso, un mate y el pan casero para compartir…

El «Martin Fierro» de José Hernández es uno de los textos considerados fundacionales en nuestra literatura argentina. Las representaciones que giran en torno al gaucho adoptan a Martín Fierro como su exponente más emblemático. 

Fierro es perseguido por la justicia; se lo busca por asesino y desertor; una noche en el monte, el forajido es acorralado por una patrulla policial; el renegado lucha con bravura pero lo ponen en jaque mortal; cuando está a punto de ser vencido, se escucha la voz de uno de los uniformados: “Y dijo: ‘Cruz no consiente/ que se cometa el delito/ de matar ansí un valiente’./ Y áhi nomás se me aparió/ dentrándole a la partida./ Yo les hice otra embestida/ pues entre dos era robo;/ y el Cruz era como lobo/ que defiende su guarida”. Conmovido por el derroche de valentía del gaucho Martín, Cruz se cruza “de vereda” para luchar a la par del que ha ido a “cazar” y contra los que han sido sus compañeros minutos antes.

Derrotada la policía y más tranquilos, los matreros se confiesan sus congojas. Cruz cuenta su vida que se asemeja a la de Fierro: el lector percibe que ambos son “hermanos” en la desdicha; están golpeados por las mismas injusticias que se comenten contra los guachos. Como una moneda, están forjados con el mismo material, uno es cara y el otro es Cruz.

Como sus cabezas tienen precio en la “civilización”, deciden profundizar su marginalidad y huir a un territorio doblemente “salvaje”: el desierto y las tolderías. Así se cierra la “Ida”: “Y cuando la habían pasao,/ una madrugada clara/ le dijo Cruz que mirara/ las últimas poblaciones; / y a Fierro dos lagrimones/ le rodaron por la cara. //Y siguiendo el fiel del rumbo/ se entraron en el desierto-/ no sé si los habrán muerto/ en alguna correría, / pero espero que algún día/ sabré de ellos algo cierto”.

A esta dupla gauchesca la relaciono con algo que -alguna vez- Atahualpa Yupanqui contó: según sus dichos, cuando a un tal Don Justino Leiva -hombre sabio de bigote cano machado por el cigarrillo- le preguntaron qué era la amistad, éste respondió que “Un amigo es uno mismo pero con otro cuero”.

CRUZ

Amigazo, pa sufrir
han nacido los varones;
éstas son las ocasiones
de mostrarse un hombre juerte,
hasta que venga la muerte
y lo agarre a coscorrones.

El andar tan despilchao
ningún mérito me quita.
Sin ser una alma bendita
me duelo del mal ajeno:
soy un pastel con relleno
que parece torta frita.

Tampoco me faltan males
y desgracias, le prevengo;
también mis desdichas tengo,
aunque esto poco me aflige:
yo sé hacerme el chancho rengo
cuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardiles
voy viviendo, aunque rotoso;
a veces me hago el sarnoso
y no tengo ni un granito,
pero al chifle voy ganoso
como panzón al máiz frito.

A mí no me matan penas
mientras tenga el cuero sano,
venga el sol en el verano
y la escarcha en el invierno.
Si este mundo es un infierno
¿por qué afligirse el cristiano?

Hagámoslé cara fiera
a los males, compañero,
porque el zorro más matrero
suele cáir como un chorlito:
viene por un corderito
y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir
males que no tienen nombre,
pero esto a naides lo asombre
porque ansina es el pastel,
y tiene que dar el hombre
más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar
a los brazos de la muerte;
arrastro mi triste suerte
paso a paso y como pueda,
que donde el débil se queda
se suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cual
lo que cada cual sufrió,
que lo que es, amigo, yo,
hago ansí la cuenta mía:
ya lo pasado pasó,
mañana será otro día.

Yo también tuve una pilcha
que me enllenó el corazón,
y si en aquella ocasión
alguien me hubiera buscao,
siguro que me había hallao
más prendido que un botón.

En la güella del querer
no hay animal que se pierda;
las mujeres no son lerdas
y todo gaucho es dotor
si pa cantarle al amor
tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan dura
que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
si no sale calavera
es la mejor compañera
que el hombre puede tener.

Si es güena, no lo abandona
cuando lo ve desgraciao,
lo asiste con su cuidao
y con afán cariñoso,
y usté tal vez ni un rebozo
ni una pollera le ha dao.

Grandemente lo pasaba
con aquella prenda mía
viviendo con alegría
como la mosca en la miel.
¡Amigo, qué tiempo aquél!
¡La pucha que la quería!

Era la águila que a un árbol
dende las nubes bajó,
era mas linda que el alba
cuando va rayando el sol,
era la flor deliciosa
que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el comendante
que mandaba la milicia,
como que no desperdicia
se fue refalando a casa:
yo le conocí en la traza
que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,
pero no le tenía fe.
Era el jefe, y ya se ve,
no podía competir yo;
en mi rancho se pegó
lo mesmo que saguaipé.

A poco andar conocí
que ya me había desbancao,
y él siempre muy entonao
aunque sin darme ni un cobre,
me tenía de lao a lao
como encomienda de pobre.

A cada rato, de chasque
me hacía dir a gran distancia;
ya me mandaba a una estancia,
ya al pueblo, ya a la frontera;
pero él en la comendancia
no ponía los pies siquiera.

Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele;
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallo
le cacaree a mi gallina.
Yo andaba ya con la espina,
hasta que en una ocasión
lo solprendí en el jogón
abrazándomé a la china.

Tenía el viejito una cara
de ternero mal lamido,
y al verle tan atrevido
le dije: «Que le aproveche,
que había sido pa el amor
como guacho pa la leche».

Peló la espalda y se vino
como a quererme ensartar,
pero yo sin tutubiar
le volví al punto a decir:
«Cuidao no te vas a pér…tigo,
poné cuarta pa salir.»

Un puntazo me largó
pero el cuerpo le saqué
y en cuanto se lo quité,
para no matar un viejo,
con cuidao, medio de lejo,
un planazo le asenté.

Y como nunca al que manda
le falta algún adulón,
uno que en esa ocasión
se encontraba allí presente
vino apretando los dientes
como perrito mamón.

Me hizo un tiro de revuélver
que el hombre creyó siguro,
era confiado y le juro
que cerquita se arrimaba,
pero siempre en un apuro
se desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando
mas sin poderme acertar,
y yo, déle culebriar,
hasta que al fin le dentré
y áhi no más lo despaché
sin dejarlo resollar.

Dentré a campiar en seguida
al viejito enamorao.
El pobre se había ganao
en un noque de lejía.
¡Quién sabe cómo estaría
del susto que había llevao!

¡Es zonzo el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
El la miraba a la indina,
y una cosa tan jedionda
sentí yo, que ni en la fonda
he visto tal jedentina.

Y le dije: «Pa su agüela
han de ser esas perdices.»
Yo me tapé las narices,
y me salí estornudando,
y el viejo quedó olfatiando
como chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,
señal que quiere cociar;
ansí se suele portar
aunque ella lo disimula:
recula como la mula
la mujer, para olvidar.

Alcé mis ponchos y mis prendas
y me largué a padecer
por culpa de una mujer
que quiso engañar a dos.
Al rancho le dije adiós,
para nunca más volver.

Las mujeres dende entonces
conocí a todas en una.
Ya no he de probar fortuna
con carta tan conocida:
mujer y perra parida,
no se me acerca ninguna.

Compartir en