El Chajá es un ave zancuda de nuestro país. Su cuerpo de regular tamaño, está recubierto por plumas de color gris plomizo. Esta la leyenda…
Esta ave luce una línea de plumas negras forma un collar, y dos manchas blancas se destacan en el dorso, resaltando su zona superior, enmarcando su cuello. Sus alas están provistas de espolones, y posee un copete en la nuca. Habita en lugares húmedos, pantanosos o en las orillas de ríos o arroyos. Entra al agua, pero no sabe nadar.
En las zonas rurales tiene notable presencia, al igual que el tero, aunque esta ave tiene mayor envergadura. Normalmente estos ejemplares se mueven en grupo de 3 o 4, o es muy común encontrar la pareja.
Cuando el ave ya se consolida con una pareja, una característica muy llamativa es que construyen el nido ayudándose los dos, y cuando llega el momento de empollar, lo hacen también los dos alternativamente. Una vez nacidos los polluelos, ambos se encargan de ellos: la hembra los cuida y el macho les proporciona alimento y los defiende.
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Es un ave vigilante, y a la menor señal de peligro, levanta el vuelo y grita: «Chajá!» o «Yahá». De este grito se ha tomado el nombre con que la distinguimos. Vuela a gran altura en círculos y puede mantenerse mucho tiempo en el aire. Persigue a las aves de rapiña, siendo por ello una excelente guardiana de gallineros y rebaños, reemplazando muchas veces al perro cuidador en zonas rurales.
Vale destacar que esta ave ocupa un lugar destacado en la literatura y en el folklore de nuestro país. Se lo menciona en cuentos, leyendas y refranes populares.
Según el Padre Labrador, el origen del nombre Chajá o Chaha, proviene de la onomatopeya guaraní de su grito alarma. La toponimia utilizó el vocablo para denominar la localidad de Chajari, en Entre Ríos, arroyo del Chajá.
El chajá es fácil de domesticar, son muy sociables, dóciles y apegados a las casa y suelen recibir las caricias del dueño. Anuncian a la visita con fuertes gritos.
En La Totora, Entre Ríos, una región alejada de todo, la comida diaria era un guiso de chajá, que largaba un aceite roja y no era gustosa. En ocasiones, en su casa sólo se cocinaba la pechuga y se aprovechaban los huevos. En la provincia, en especial Ibicuy, se ven muchos chajaes a la orilla de las lagunas y también se los ve volar en bandadas.
Esteban Echeverría en La Cautiva: “… gozoso el yahá, de cuando en cuando turbaba el mudo reposo con su fatídica voz”
Martín Fierro lo evoca así: “Entre tanta escurida. Echando al viento mis quejas. Cuando el grito del chajá, Me hizo parar las orejas. Don Segundo Sombra, “los chajaes delataban nuestra presencia a intervalos perezosos”.
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Con información de: https://www.tripadvisor.com.ar/