Para remontarnos un poco en la historia y retratar a nuestros antepasados, que fueron quienes establecieron una relación fuerte y positiva con el olor de la lluvia, ya que esto le indicaba el fin de la estación más seca.
Antaño, los abuelos o las personas con mucha experiencia en el campo solían decir «va a llover» o «se viene la lluvia» con solo mirar el cielo y respirar profundo, lo que les permitía capar los aromas de la tierra húmeda por los chaparrones que se aproximaban. De hecho, no estaban para nada equivocados, ya que los aroma activan una conexión cerebral casi instantánea con las emociones, ya que se trata de una reacción olfativa conectada con la percepción y el cerebro.
Muchas personas tienen la facultar de percibir el olor de la lluvia antes de que llegue, sobre todo en primavera y el verano, porque el ozono puede ser transportado por el viento a grandes distancias y precede la llegada de la tormenta. A todo esto, y por alguna razón la palabra ozono proviene del verbo griego ozein, «enviar olor».
Para introducirnos un poco más en este asunto, el «aroma de la tierra», es una molécula producida por bacterias del género Streptomyces. En tiempos de escasas lluvias y sequía esta bacteria libera sus esporas para sobrevivir, cuando llega la lluvia y empiezan a humedecer la tierra, las esporas se propagan en el aire y permanecen suspendidas en el ambiente, provocando un penetrante olor a tierra mojada.
En el campo suele ser más común percibir el olor a tierra mojada que en las grandes ciudades. Lo cierto es que el ozono es mucho más perceptible en zona rurales o llanas, ya que la nariz humana es sumamente más sensible a la presencia de geosmina, por esta razón el olor a tierra húmeda a menudo cubre el frescor causado por el ozono. A este aroma en particular, cuando se combina el agua de la lluvia con la tierra seca se lo conoce como petricor.
El petricor, un término que fue empleado por primera vez en el año 1964 por los químicos australianos Isabel Bear y R. G. Thomas, quienes llegaron a la conclusión que este aroma se liberaba cuando las gotas de agua golpean el suelo, las rocas o la tierra. Con varias pruebas en el exterior, se elaboraron informes que indicaban que el aroma a la lluvia se difunde en el aire como una serie de aceites procedentes de las plantas, que fueron acumulados durante la estación seca. El nombre deriva de la unión de las palabras griegas ‘petros’, piedra, e ‘ikhôr’, que en la mitología era el líquido que fluía por las venas de los dioses.
Con información de: https://www.lavanguardia.com/