En Argentina, mejorar la productividad agrícola de manera sostenible es crucial para garantizar la seguridad alimentaria, la rentabilidad de los productores y la preservación de los recursos naturales a largo plazo.
En el escenario actual de Argentina, donde la agricultura y la ganadería constituyen pilares fundamentales de su economía y su identidad, la mejora continua de la productividad agrícola bajo principios de sostenibilidad emerge como un imperativo estratégico. Esta búsqueda de eficiencia productiva, intrínsecamente ligada al cuidado del medio ambiente, no solo resulta crucial para asegurar la provisión de alimentos a una población en crecimiento y para fortalecer la posición del país como proveedor global de commodities, sino que también se erige como un factor determinante para la viabilidad económica a largo plazo de los productores y la preservación del invaluable patrimonio de recursos naturales que sustenta la actividad agropecuaria.
La adopción de prácticas sostenibles se presenta como una respuesta inteligente y necesaria a los desafíos contemporáneos, que incluyen la creciente demanda de alimentos, la variabilidad climática acentuada, la degradación de los suelos y la necesidad de minimizar el impacto ambiental de la producción. Al integrar criterios de sostenibilidad en la gestión de los sistemas productivos, Argentina puede aspirar a una agricultura más resiliente, eficiente y equitativa, capaz de generar riqueza sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.

En este sentido, la promoción y la implementación de técnicas innovadoras y respetuosas con el ambiente no son meramente deseables, sino condiciones sine qua non para el futuro del sector agropecuario argentino. Estas prácticas abarcan desde la optimización del uso de insumos y la conservación de los recursos hídricos hasta la adopción de sistemas de producción que fomenten la biodiversidad y la salud del suelo. Al avanzar hacia una agricultura más sostenible, Argentina no solo fortalece su seguridad alimentaria y la competitividad de sus productos en los mercados internacionales, sino que también consolida su rol como custodio de valiosos ecosistemas y contribuye activamente a la mitigación del cambio climático a nivel global.
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. Agricultura de Conservación: Este sistema se basa en tres principios fundamentales:
- Mínima alteración del suelo: Evitar o reducir al mínimo la labranza mecánica para proteger la estructura del suelo, la materia orgánica y la biodiversidad edáfica. La siembra directa es una práctica clave dentro de este principio.
- Cobertura permanente del suelo: Mantener el suelo cubierto con rastrojos, cultivos de cobertura o mulch para protegerlo de la erosión hídrica y eólica, regular la temperatura y humedad, y suprimir el crecimiento de malezas.
- Rotación de cultivos: Alternar diferentes especies de cultivos en una secuencia planificada para mejorar la salud del suelo, interrumpir los ciclos de plagas y enfermedades, y optimizar el uso de nutrientes.
Beneficios: Mejora la infiltración y retención de agua, reduce la erosión, aumenta la materia orgánica del suelo, disminuye los costos de laboreo y combustible, y puede mejorar los rendimientos a largo plazo.
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2. Manejo Integrado de Plagas y Enfermedades (MIPE): Este enfoque busca minimizar el uso de pesticidas químicos mediante la combinación de diferentes estrategias:
- Monitoreo y umbrales de acción: Realizar un seguimiento regular de las poblaciones de plagas y enfermedades para intervenir solo cuando se superan los umbrales económicos de daño.
- Control biológico: Utilizar enemigos naturales de las plagas (depredadores, parasitoides, patógenos) para regular sus poblaciones.
- Control cultural: Implementar prácticas agronómicas que dificulten el desarrollo de plagas y enfermedades (rotación de cultivos, elección de variedades resistentes, manejo de residuos de cosecha, etc.).
- Control físico y mecánico: Utilizar métodos como trampas, barreras, remoción manual o laboreo estratégico para controlar las plagas.
- Control químico: Utilizar pesticidas selectivos y de menor impacto solo cuando sea necesario y de acuerdo con los umbrales establecidos.
Beneficios: Reduce los costos de producción, minimiza los riesgos para la salud humana y el medio ambiente, y previene la aparición de resistencia a los pesticidas.
3. Agricultura Climáticamente Inteligente (ACI): Este enfoque busca sistemas agrícolas que:
- Aumenten de manera sostenible la productividad y los ingresos agrícolas.
- Se adapten y generen resiliencia ante el cambio climático.
- Reduzcan y/o capturen gases de efecto invernadero.
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Prácticas dentro de la ACI:
- Uso eficiente del agua: Riego de precisión, captación de agua de lluvia, gestión del agua en el suelo.
- Manejo eficiente de nutrientes: Fertilización basada en análisis de suelo, uso de fertilizantes de liberación lenta, inoculación con microorganismos beneficiosos.
- Sistemas agroforestales: Combinación de árboles y cultivos para mejorar la biodiversidad, la captura de carbono y la protección del suelo.
- Diversificación de cultivos y sistemas productivos: Aumenta la resiliencia ante eventos climáticos adversos y la variabilidad del mercado.
- Desarrollo de variedades resistentes al estrés hídrico y térmico.
Beneficios: Aumenta la productividad, mejora la resiliencia ante el cambio climático, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y puede generar nuevos ingresos a través de la captura de carbono.