Tomar hoy una taza de chocolate caliente es casi una excentricidad, algo poco usual. Pero sucede que durante los tiempos de la colonia era la norma, algo común entre la sociedad criolla, hábito que se había traído de la metrópoli.
Cuenta Maxwell Bloch que “antes de la llegada de los españoles el ‘xocolatl’ era una bebida fría especialmente preparada para los tlatoanis y para las grandes elites. Esta bebida tenía mucho simbolismo y no podía ser consumida por el pueblo al menos que fuese una ocasión especial como una festividad”.
“A la llegada de los españoles, el xocolatl fue modificado ya que se le agrego azúcar y canela para hacerlo más apetitoso para los europeos y se empezó a tomar en caliente y nueva bebida podía ser consumida por todo el pueblo ya que los españoles quitaron las prohibiciones prehispánicas en cuanto a su consumo. Esta nueva bebida se volvió un alimento de primera necesidad, porque aparte de su exquisito sabor y su gran aportación nutrimental, le ayudaba a la gente con todo tipo de problemas médicos y de malos humores. Se puede decir que el chocolate se convirtió en una adicción en los pueblos de la Nueva España, en especial entre las mujeres”, afirma el estudioso.
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Bloch afirma que “el chocolate también tuvo simbolismo dentro de la sociedad. Cuando alguien era invitado a casa de otra persona, el anfitrión siempre le ofrecía chocolate y era de mala educación que el invitado no tomara de este chocolate”. Así que a nadie debía sorprender que, en vísperas de la Revolución de Mayo, el chocolate fuera moneda corriente.
Por su parte, el periodista e investigador Daniel Balmaceda, autor de La comida en la historia argentina, cuenta que “el 25 de mayo de 1826, en plena guerra con Brasil, el Almirante Brown, que tenía una fuerza naval heterogénea, de varios países, hizo un llamado al patriotismo de los extranjeros y convidó chocolate caliente a sus hombres, costumbre que pasó a la fuerza naval y se convirtió en tradición no sólo de la marina sino del ejército también”.
El chocolate criollo es menos espeso que el que se suele tomar en España. Justamente, tan arraigado está allí el hábito de beber chocolate en invierno que, hace unos siglos, los teólogos tuvieron que pedir una dispensa al Papa para que excluyese la bebida de las normas de ayuno, de lo contrario todo Madrid estaría en pecado. “Liquidum non rumpit jenjunium”, rezaba la susodicha bula: “El líquido no rompe el ayuno”.
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El churro es el aliado tradicional de la taza de chocolate y es muy popular en Castilla, aunque los churros que se comen en España suelen tener forma de herradura, mientras que en la Argentina se consumen churros rectos, que en rigor se llaman porras. En ocasiones estas porras o churros se rellenan con dulce de leche o crema pastelera y, por lo general, se espolvorean con azúcar.
Dicho esto, en Buenos Aires no faltan lugares donde sentarse a beber una taza de chocolate caliente. Algunos de ellos son Compañía de Chocolates, del chocolatier Daniel Uría, que en su elaboración emplea semillas de cacao ecuatoriano. Un reducto clásico para hacer la experiencia era La Giralda, aunque lamentablemente cerró el año pasado, pero aún subiste el Café Tortoni. Por su parte, la chocolatier Susana Sarlenga también ofrece esta especialidad en Suca, su local en San Isidro, mientras que en algunos de los locales de Vasalissa se puede probar.